No basta con la terminación del
conflicto armado para que los colombianos disfrutemos de una paz duradera y
estable. Ese es un paso fundamental y necesario.
Y es más, un Estado visionario y
previsivo, y la sociedad civil con sus órganos diversos, paralelo a la
negociación política, han de empezar a contemplar y dar puntadas en esa
dirección. Igualmente con la mira puesta en esa meta mayor, la guerrilla misma
y los movimientos políticos próximos a su pensamiento, como la diversidad del
espectro político, pro-activamente han de
encarar semejante cometido. Aportar desde el presente (ahora) para que lo
previsto estratégicamente empiece a definir su rostro, a devenir real hasta su
plena consumación.
Llegado a este punto crucial, se hace indispensable preguntarnos: ¿Desde
cuál mentalidad (de la gente, de los ciudadanos en sus diferentes sectores, de
sus instituciones), se posibilita encarar esa compleja y legítima aspiración?
Para su despeje, pudiéramos
considerar varias situaciones de nuestra realidad social y política: Una, las
declaraciones dadas por personas pertenecientes a exclusivos conjuntos
habitacionales en Bogotá (léase estrato 6) a raíz de la sorpresiva propuesta
del Alcalde actual de construir en terrenos del distrito en esas áreas, planes de vivienda de interés social. “¿Cómo?
Eso es impensable. Una locura. ¿Con esa gente? Ni modo.” Y cómo lo dicen; con
qué clase! Don nadie todos. Y para colmo de remates, desplazados.
Clasismo sin tapujos. Menosprecio
sin atenuantes.
Dos, en Cartagena diariamente
transpira una rancia ralea que desde su autismo prejuicioso se auto-considera el
sumun de una supérstite aristocracia colonial. La que es sostén del anacrónico
“reinado de la belleza”.
La más reciente avanzada de ésta,
se condensa en la abierta discriminación expresada por el presidente de ese
evento contra la gente y los artistas que disfrutan el ritmo de la Champeta.
(¡!) A esto le han precedido in-números gestos contra su población
dominantemente afro. Sin mencionar el entreguismo que los caracteriza frente a
la paradigmática realeza extranjera que
los inspira y ante la cual se derriten.
Y una tercera situación que no
podría omitirse: La ultraderecha bravucona del Centro democrático que a falta de mea culpa por sus tropelías se reviste
de una coraza de castidad para no visualizarse siquiera en una trama de
reconciliación entre (todos) los colombianos.
Este muestrario pone de presente
que el propósito de la paz duradera en nuestro país está falto de su
correspondiente espíritu o cultura que, en proceso, la haga posible, real,
consistente.
De no encararse desde ya esta
condición ausente o deficitaria, por parte del actual gobierno y la confluencia
de fuerzas comprometidas con la negociación política y la paz, nos encontraríamos una realidad post-conflicto
armado en la que se articularían dos grandes problemas: Una democracia de
gestos, flácida no obstante su juventud, falta del correspondiente espíritu democrático y una paz de
fachada, famélica, por adolecer de su ethos característico:
Inclusión, reconocimiento y respeto por la diferencia en ambiente de
participación y libertad. Y una justicia perezosa, minusválida y carcomida
desde las mismas Cortes por corrupta e inepta.
Ramiro del Cristo Medina Pérez
Santiago de Tolú, noviembre 15 -
2014
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